Hiroshima y la voz de la paz: Koko Kondo relata su vida como sobreviviente nuclear


 Mosaico

Japón conmemora 80 años desde los bombardeos atómicos que marcaron el final de la Segunda Guerra Mundial: Hiroshima, el 6 de agosto, y Nagasaki, el 9. Más de 200.000 personas perdieron la vida en estos ataques. Entre ellas, Koko Kondo tenía apenas ocho meses cuando la primera bomba cayó sobre Hiroshima. Hoy, su testimonio se ha convertido en un llamado constante a la paz y la eliminación de las armas nucleares.

El 3 de agosto, en la Iglesia Metodista de Hiroshima (Nagarekawa), el pastor sostiene un origami en forma de paloma y pronuncia palabras de reconciliación. La iglesia conserva solo una cruz chamuscada, vestigio de la destrucción que arrasó el templo y gran parte de la ciudad. Entre los visitantes, una anciana se detiene frente a una serie de retratos en blanco y negro: es Koko Kondo.

Su padre, Kiyoshi Tanimoto, entonces pastor de la iglesia, sobrevivió porque se encontraba en las montañas cercanas. Desde allí corrió hacia la ciudad para socorrer a su esposa, a su hija y a los numerosos heridos. Tanimoto sería retratado por John Hersey en Hiroshima (1946), el reportaje que reveló al mundo el horror vivido en la ciudad, y más tarde en un seguimiento de los seis supervivientes, donde se destacó su papel en la reconstrucción de Hiroshima.

Kondo, con una presencia serena y enérgica, recuerda su infancia marcada por la devastación. Creció rodeada de heridos y huérfanos, observando a su padre volcado en ayudar a los demás. “Desde pequeña me prometí enfrentar a quienes lanzaron la bomba”, confiesa, mientras hace un gesto al aire. Sin embargo, con el paso de los años, su indignación se transformó en un compromiso más amplio: luchar contra la guerra y la proliferación armamentista.

Su vida ha estado marcada por la reconciliación y la educación sobre la memoria histórica. A los 10 años, viajó con su familia a Estados Unidos, donde su padre participó en el programa This is Your Life, reuniéndose incluso con Robert Lewis, copiloto del Enola Gay. “Ahí entendí que no debía odiar a los individuos, sino a la guerra misma”, relata Kondo.

Tras experiencias traumáticas con la Comisión para las Víctimas de la Bomba Atómica, decidió distanciarse temporalmente, aunque con el tiempo perdonó y comprendió que los estudios realizados contribuyeron a tratamientos posteriores para víctimas de catástrofes nucleares, como Chernóbil.

Hoy, Kondo dedica su vida a la promoción de la paz y el diálogo internacional, siguiendo el legado de su padre. “Como hibakusha, es mi responsabilidad mantener viva la historia y luchar por un mundo sin armas nucleares”, afirma. Advierte sobre la creciente potencia de los arsenales modernos y subraya que Japón debe ejercer un liderazgo claro en la promoción de la paz mundial.

Su mensaje es inequívoco: “Nuestro planeta es maravilloso y los niños tienen derecho a vivir en paz. Esa es la motivación que me guía día a día”.

Fuente: El País

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