Julio Cortázar: el invierno de Mendoza que lo convirtió en escritor


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Antes de que Oliveira buscara a la Maga en Rayuela, Julio Cortázar era un joven de casi treinta años, alto, lampiño y con un cabello siempre repeinado, que se preparaba para una etapa decisiva en su vida literaria. En 1944 aceptó el encargo de impartir tres cátedras de literatura en la recién fundada Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo), en Mendoza, al pie de los Andes. Hasta entonces, había publicado el poemario Presencia bajo el seudónimo Julio Denis. Un año y medio después, abandonó la docencia, enterró a Julio Denis y firmó definitivamente como Julio Cortázar. En 1946, escribió a su alumna Dolly Lucero: “¡Yo quiero ser escritor, no profesor!”.

El escritor y periodista mendocino Jaime Correas documenta este período en Cortázar en Mendoza. Un encuentro crucial (Alfaguara, 2014). Desde una cafetería en Godoy Cruz, Correas explica a EL PAÍS que esta etapa fue clave en la consolidación del autor como figura del boom latinoamericano. “Llegó con algunos cuentos publicados bajo seudónimo y un libro que luego destruiría”, afirma. Antes de Mendoza, Cortázar había impartido clases en Bolívar y Chivilcoy, en la provincia de Buenos Aires. Allí, la amistad con el artista Sergio Sergi y su esposa Gladys Adams le abrió un “universo cultural” desconocido hasta entonces, que lo impulsó a decidirse por la escritura y el viaje a Europa. “Incluso su correspondencia cambia: antes formal, después, un auténtico cronopio”, añade Correas.

La propuesta de Mendoza surgió de manera casual. Guido Parpagnoli, profesor de la UNCuyo, le ofreció enseñar Literatura Septentrional y dos cátedras de Literatura Francesa, pese a no tener el título requerido. Cortázar describió la ciudad como “bella, rumorosa de acequias y altos árboles”, comparable en espíritu a Harvard o Cornell. Las clases le resultaron gratificantes; contaba a su amigo Julio Ellena de la Sota que disfrutaba sumergiendo a sus alumnas en Rimbaud, Valéry, Nerval, Baudelaire y Lautréamont, “quitándoles la inocencia que Rimbaud defendía con atroces blasfemias”.

Para los especialistas, este período consolidó su vocación literaria. Daniel Mesa, profesor de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Zaragoza, considera que la experiencia universitaria en Mendoza permitió a Cortázar acercar la docencia a sus intereses creativos. Gustavo Zonana, catedrático en la UNCuyo, destaca la impronta humanista de la institución y la presencia de figuras de prestigio como Claudio Sánchez Albornoz o Joan Corominas, así como el contacto con escritores y músicos locales como Daniel Devoto.

En Mendoza, Cortázar también se vinculó con poetas de su generación y publicó textos bajo su verdadero nombre, como La urna griega en la poesía de John Keats y el cuento Estación de la mano. Sin embargo, según Correas, la transformación definitiva ocurrió con la escritura de Casa tomada en 1946, mecanografiada por Gladys Adams en Lunlunta. Publicada primero en Los anales de Buenos Aires, dirigida por Borges, y luego en Bestiario (1951), este cuento marcó el estilo que caracterizaría su narrativa de los cincuenta, hasta obras como El perseguidor (Las armas secretas, 1959).

El auge del peronismo y los conflictos internos de la UNCuyo motivaron su partida de Mendoza, aunque regresó en 1948 y 1973 para visitar a Sergi. Su experiencia en la provincia dejó huella en su obra: Bestiario, La vuelta al día en 80 mundos, Imagen de John Keats e incluso Rayuela la mencionan. Ya en Buenos Aires, se graduó como traductor, se insertó en la vida literaria porteña y conoció a Aurora Bernárdez, su primera esposa, con quien se trasladó a París. Sobre Mendoza recordaría: “Del país me queda un olor de acequias mendocinas, los álamos de Uspallata…”. “Le encantaba perderse en la montaña”, concluye Correas.

Fuente: El País

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